martes, 9 de febrero de 2010

Fichas de Historia Sexto Derecho Prof. Alberto Fernández




LA POLITICA DE FUSION Y SU FRACASO
(1851-1865)


LOS INTENTOS DE FUSION
El período posterior a la Guerra Grande se caracteriza por los intentos de prescindir de las divisas, promoviendo varias iniciativas para eliminarlas que no llegaron a tener éxito.
El origen de estas iniciativas estuvo en el patriciado montevideano, deseoso de restablecer el orden y la continuidad de sus negocios, y convencido de que las divisas y los caudillos eran los causantes de todos los males. El sector “doctoral”, que creía que la mejor solución era dejar el gobierno en sus manos, identificaba las divisas con los caudillos y a estos con el campo, los gauchos y la “barbarie”.
Un claro ejemplo de esta postura es Andrés Lamas quien, en 1855, cuatro años después de terminada la Guerra Grande en la que él había participado dentro del gobierno d e la Defensa, decía: “...¿qué representan esas divisas blancas y esas divisas coloradas? Representan las desgracias del país, las ruinas que nos cercan, la miseria y el luto de las familias, la vergüenza de haber andado pordioseando en dos hemisferios, la necesidad de las intervenciones extranjeras, el descrédito del país, la bancarrota con todas sus más amargas humillaciones, odios, pasiones, miserias personales... ¿Qué es lo que divide hoy a un blanco de un colorado? Lo pregunto al más apasionado, y el más apasionado no podrá mostrarme un sólo interés nacional, una sola idea social, una sola idea moral, un solo pensamiento de gobierno en esa división... La división de blancos y colorados imposibilita la pacificación y aún la creación de una administración regular; es preciso usar el descrédito y la nulidad actual de los caudillos para disolver esos partidos y organizar un gran partido de gobierno...”.
Estas ideas de Lamas, expresadas en su “Manifiesto dirigido a los compatriotas” desde Río de Janeiro, propugnaban la renuncia a las divisas, la extirpación del caudillismo y la formación de un gran partido nacional que impusiera orden en la administración y reorganizara las finanzas del estado.
Una consecuencia directa del Manifiesto de Lamas fue la creación de la Unión Liberal, cuyos principios coincidían con aquel y en la que participaban como dirigentes personalidades que habían pertenecido a ambas divisas.
Posteriormente el presidente Gabriel A. Pereira (1856-1860), intentó crear un partido de apoyo a su gestión de gobierno y obtuvo el respaldo de personalidades blancas y coloradas. Pero la revolución de los llamados “conservadores” (en su mayoría colorados) y el episodio de Quinteros donde los dirigentes rebeldes fueron ejecutados, provocó el distanciamiento de las figuras coloradas, reavivando los odios partidarios.
El presidente Bernardo Berro (1860-1864) prohibió el uso de las divisas, estableciendo “ un hombre que salga a la calle levantando la bandera blanca o la bandera colorada y evocando los viejos odios y rencores será considerado un perturbador del sosiego público, puesto inmediatamente en prisión y sometido a los jueces competentes”. Agregaba que tampoco podían agitarse las divisas a través de la prensa y cualquier tentativa de reavivar las divisas se consideraría como “una excitación a la anarquía y a la guerra civil”. Berro consideraba que la existencia de las divisas blanca y colorada no estaba dada por diferencias de ideas sino por diferencias personales y señalaba que las divisas “no pugnan por establecer doctrinas o sistemas contrarios, sino por adquirir cierta posición para dominar, o para evitar que otros dominen”.
Berro, intentando debilitar el poder de los caudillos, separó las jefaturas políticas de cada departamento de las comandancias militares, designando para las primeras a civiles y no a caudillos. Pero los intentos de Berro de terminar con las divisas no fructificaron y antes de finalizar su periodo de gobierno se produjo la revolución de Venancio Flores que enarbolaba la divisa colorada.

PERMANENCIA DE LAS DIVISAS
¿Por que fracasó la política de fusión?
Varias fueron las razones. En primer lugar, el fin de la Guerra Grande, a pesar del propósito de olvido de los rencores con su consigna “ni vencidos ni vencedores”, no borró las huellas dejadas por el prolongado y sangriento conflicto. Era difícil hacer olvidar a aquellos que habían perdido familiares o bienes. Los caudillos, que tenían una enorme susceptibilidad se sentían lesionados cada vez que se aludían a actos del pasado en forma que afectara su prestigio. Defendían lo hecho en el pasado y al justificarse defendían la divisa por la cual habían actuado.

Además las figuras políticas que ocuparon los principales cargos luego de la Guerra Grande, tenían un pasado reciente vinculado a una divisa u otra. La Asamblea General elegida después de la guerra tenía intención de designar como presidente a una figura que no estuviera demasiado vinculada a las divisas. Se había pensado en Eugenio Garzón, pero, la repentina muerte de éste, imposibilitó la existencia de una figura de consenso para ocupar el principal cargo de gobierno. La Asamblea General eligió por mayoría a Francisco Giró para ocupar la presidencia entre 1852 y 1856. Giró había estado vinculado al gobierno de Oribe en el Cerrito. La minoría de la Asamblea había votado a Manuel Herrera y Obes, vinculado al gobierno de la Defensa. Posteriormente se produce un levantamiento militar contra Giró, que lo obliga a renunciar, y ese levantamiento era dirigido por Melchor Pacheco y Obes, que había sido parte del gobierno colorado de la Defensa. Los caudillos Dionisio Coronel, Diego Lamas y Bernardino Olid, todos ellos con pasado blanco, intentaron defender a Giró, pero fueron derrotados por Venancio Flores, un caudillo también vinculado al gobierno de la Defensa durante la Guerra Grande. Durante los gobiernos de Gabriel Pereira y Bernardo Berro, a pesar de prescindir de las divisas, los principales cargos de gobierno son ocupados con hombres de antecedentes blancos y contra el gobierno se levantan hombres que habían pertenecido a la divisa colorada.
Las divisas permanecieron y se fortalecieron con nuevas guerras y actos que se consideraban heroicos, así como nuevos odios y rencores, porque las guerras significaban familiares muertos, requisas de ganado y otros bienes por parte del adversario, insultos y resentimientos. Señala el historiador Alberto Zum Felde que “ todas las familias tienen al padre o al hermano o a un hijo en los ejércitos, a muchas, los blancos o los colorados le han matado un hijo o un hermano: todas tienen muertes que vengar. El dolor, la sangre y el odio se sienten en carne propia.”
Episodios como los de Quinteros y Paysandú aumentaron los rencores entre las divisas y el recuerdo de esos hechos le daba un carácter emocional a la pertenencia a una u otra.
En el año 1857, con motivo de las elecciones parlamentarias a realizarse a fines de ese año, las luchas políticas se intensificaron. Los partidarios del presidente Pereira formaron el Club de la Unión y los integrantes del Partido Conservador fundaron el Club de la Defensa. Los nombres eran alusivos a los dos gobiernos de la Guerra Grande. La propaganda electoral coincidió con las ásperas discusiones en la Asamblea General de la renovación de los Tratados con el Brasil firmados por el gobierno colorado de la Defensa en 1851. El clima de tensión llevó al presidente a suspender las sesiones de las cámaras y a prohibir un acto del Partido Conservador. Este decidió abstenerse de concurrir a las elecciones y se preparó para tomar el poder por la fuerza.
A fines de 1857 se produjo la rebelión de los conservadores. El levantamiento se realizó en dos zonas: en el interior, en la zona de Minas donde se rebeló el jefe político Brígido Silveira, y en Montevideo donde desembarcó, proveniente de Buenos Aires, un grupo dirigido por Cesar Díaz. Al no obtener apoyo en Montevideo, el grupo de Cesar Díaz se trasladó al interior. El gobierno envió un ejército a cuyo frente puso al caudillo Anacleto Medina. Este derrotó a Díaz en el Paso de Quinteros el 28 de enero de 1858 y cuatro días después fusiló a los dirigentes rebeldes, incluidos César Díaz y Manuel Freire (uno de los 33 orientales). Según los sobrevivientes, la rendición se había hecho bajo la palabra de Medina que se respetaría la vida de los vencidos; según el gobierno la rendición había sido sin condiciones.
La divisa colorada tomó a los conservadores como integrantes de la divisa y consideró los fusilamientos como un crimen de un gobierno blanco. Se comenzó a hablar de la “Hecatombe de Quinteros” y años después, en 1863, Venencia Flores, al encabezar una revolución contra el gobierno de Berro, dijo que iba a vengar a los mártires de Quinteros.
El otro episodio, el de Paysandú, está vinculado a esa revolución de Flores. Este, con la ayuda de Brasil que intervino en su apoyo, puso sitio a la ciudad de Paysandú que estaba en manos de fuerzas del gobierno dirigidas por Leandro Gómez. El sitio comenzó el 2 de diciembre de 1864 y se extendió hasta el 2 de enero del año siguiente. Gómez dio a la defensa de Paysandú el carácter de lucha por la independencia, por la presencia de soldados brasileños y barcos de guerra de aquella nacionalidad que cañoneaban a los sitiados.El ejército sitiador tenía unos nueve mil hombres y los sitiados apenas mil. Cuando Flores entendió que la resistencia de los sitiados ya estaba agotada lanzó el ataque final. Leandro Gómez y otros jefes fueron fusilados.
Ahora era la divisa blanca quien tenía sus propios mártires en los “defensores de Paysandú”: tenía una epopeya para recordar y mártires a quienes vengar.
La identificación de las divisas con los caudillos que hizo el patriciado para desprestigiar a los caudillos, tuvo su reverso en la identificación que los caudillos hicieron de si mismos con las divisas, para legitimar su existencia. Los caudillos utilizaron el apego emocional de la población a la divisa para mantener su poder. Los caudillos se mostraron como un elemento necesario para poder realizar la venganza de las ofensas recibidas, para recuperar los bienes arrebatados por los caudillos de la otra divisa y para poder expresar el descontento de las masas rurales desplazadas de la participación política.
El propio patriciado, los propios “doctores” que indentificaban a los caudillos con la barbarie, recurrieron a ellos cuando necesitaron la fuerza para resolver sus disputas. Cuando los sectores del patriciado no se ponen de acuerdo y se enfrentan, buscan el apoyo de algún caudillo para imponerse. Y para hacerlo no dudan en utilizar las divisas. Finalmente se incorporan a las divisas y serán ellos, los “doctores” los que originarán el sector principista que intentará darle una organización, autoridades y programas de gobierno a las divisas, transformándolas en partidos.














AFIRMACION DE LAS DIVISAS Y DEL CAUDILLISMO
(1865-1872)


LA POLITICA DE PACTOS
La “política de pactos” fue promovida por los caudillos para contraponerla a la política de fusión del sector dirigente urbano. El más conocido de los pactos fue el de la Unión, firmado en noviembre de 1855 entre Manuel oribe, caudillo blanco, y Venancio Flores, caudillo colorado. Los caudillos no renegaban de sus divisas; se trataba de un acuerdo entre las divisas para dejar de lado lo que las distanciaba. Por lo tanto el efecto tenía que ser el mismo que el que pretendía la política de fusión: mantener la paz y el orden. Al decir de los hombres de la época, se trataba de que no hubiera “bulla en la campaña”.
El Pacto de la Unión fue la respuesta caudillista a la Unión Liberal, es decir al intento de los “doctores” de crear un partido que fusionara a lo “más civilizado” de ambas divisas. El pacto establecía que ambos caudillos se comprometían a no presentar su candidatura presidencial en las próximas elecciones y procmaban su adhesión a la tolerancia política y el respeto a la constitución.
Las consecuencias del pacto entre Oribe y Flores se observaron enseguida. Ante un intento de revolución de parte del Partido Conservador (formado por personas que se habían identificado con la divisa colorada pero que se oponían a Flores porque era caudillo), Oribe apoyó a Flores que en ese momento era el presidente y ambos van a derrotar a los rebeldes.
Otra consecuencia del pacto de la unión fue el apoyo que ambos caudillos dieron a la candidatura de Gabriel Pereira para que fuera elegido presidente por la Asamblea General. Posteriormente este intentó gobernar sin la influencia de los caudillos y de las divisas, lograndolo en parte, aunque debió enfrentar otra rebelión de los conservadores que terminó con el episodio de Quinteros.

DIVISAS Y PARTIDOS, CAUDILLOS Y DOCTORES
Las divisas sobrevivieron a todos los intentos de prohibirlas. Sobrevivieron y se afirmaron más a través de las pasiones, confiscaciones, destituciones y muertes que provocaron el reclamo de reparacaiones o de venganza. Las revoluciones prolongadas intensificaron el apego emocional.
Pero el mantenimiento de las divisas no significa que en el período existieran un Partido Colorado o un Partido Blanco organizados. No existían autoridades permanentes, ni disciplina partidaria, ni programa de principios, ni una ideología que las caracterizara. Hubo intentos de organización pero fracasaron y los dirigentes que los habían promovido terminaron renegando la divisa y organizando un nuevo partido.
Eran comunes las divisiones internas dentrro de cada divisa que solo se atenuaba en los casos de un enfrentamiento violento con la otra divisa. No se trataba de divisiones ideológicas (conservadores, liberales o derecha e izquierda) sino de divisiones personalistas. En algunos casos la división interna de cada divisa era la de “doctores” y caudillos. En esos casos los sectores doctorales, inspirados en los partidos europeos intentaban organizar a la divisa con programas de principios (de ahí el nombre de “principistas”) pero tenían la oposición de los caudillos que temían perder su autoridad y su manejo arbitrario de la fuerza política. Los caudillos, cercanos a clases populares, obtenían el apoyo de estas y terminaban ganando.
El caudillo tenía su base de prestigio y poder principalmente en la campaña. El caudillo obtenía adhesión a través de favores prestados, entregas de tierras públicas, protección, etc; no era sólo por simpatía o carisma que se imponía. Los que le debían algún favor o se sentían protegidos por él, le apoyaban. En cambio los doctores, el patriciado urbano, eran dirigentes “cultos” (no necesariamente universitarios recibidos, aunque muchos lo eran) que vivían en la ciudad y tenían prestigio dentro de ella, por sus artículos en la prensa, por sus discursos, sus actividades en el gobierno, etc.
En ocasiones , los caudillos y doctores, coincidían. Los doctores estaban vinculados a los sectores sociales más encumbrados, pero les faltaba apoyo popular y para movilizar a las masas debían recurrir al caudillo. Ya sea desde el gobierno para asegurar su autoridad en la campaña, o desde la oposición para rebelarse contra el gobierno, en ambos casos, se necesitaba y utilizaba a los caudillos. También el caudillo necesitaba a los doctores. Cuando un caudillo accedía al gobierno, como el caso de Flores, necesitaba “gente instruida” para administrar al país. El elemento culto, conocedor de las leyes, se volvía también imprescindible. Algunos doctores prestaban su colaboración a los caudillos y actuaban junto a ellos porque estaban convencidos de que la realidad del país no permitía prescindir de ellos para gobernar. Otros colaboraban porque buscaban, a la sombra de un caudillo, escalar posiciones. Finalmente otros negaban toda colaboración porque les repugnaba el caudillismo al que identificaban con la barbarie.

EL DESPRETIGIO DEL VOTO
El voto, como instrumento para decidir los pleitos políticos e incidir en el gobierno, estaba desprestigiado. Las razones eran varias:

- El derecho de voto estaba restringido por la constitución de 1830 que establecía un sistema censatario: no votaban los jornaleros, peones a sueldo, analfabetos, que formaban la mayoría de la población.
- El voto no era secreto, permitiendo esto coacciones directas o indirectas.
- La minoría no tenía esperanzas de acceder a los cargos porque la constitución otorgaba la totalidad de los cargos a la mayoría. No había ninguna posibilidad de coparticipación ni se que la minoría pudiera ejercer un efectivo control sobre la mayoría.
- El fraude electoral , que era muy común, le quitaba garantías y sereidad al acto electoral. Se eloiminaba de la lista de ciudadanos a aquellos que no se quería que votaran, se mantenían en la lista a quienes ya habían fallecido y se votaba usando sus nombres, se robaba la documentación luego del recuento de votos si la elección no era favorable, se anulaban elecciones sin una causa razonable, etc. Estos y otros métodos similares eran usados por quienes tenían el gobierno para mantenerse en él.
Por todas estas razones quienes estaban en la oposición se abstenían de presentar candidatos aduciendo falta de garantías. Y, como consecuencia, buscaba acceder al poder usando la fuerza.

LA MOVILIZACION RURAL
La insurrección se realizaba generalmente en la campaña, dirigida por los caudillos que tenían a la población rural a su favor. Objetivamente es poco lo que se sabe acerca de las motivaciones reales de los sectotres rurales cuando abrazaban la causa revolucionaria o cuando se enrolaban en las fuerzas del gobierno. Seguramente además de las motivaciones políticas, incidían otras, socio-económicas y personales.
Los movimientos revolucionarios de mayor entidad eran precedidos de consultas entre los caudillos mayores y de comunicaciones, órdenes e instrucciones a los caudillos menores. Con los primeros preparativos comenzaba también el reclutamiento. Este era voluntario o forzado. La gente que no tenía ocupación estable, que vivía de “agregado” en las estancias de los caudillos o se dedicaba al robo de ganado, estaba lista para sumarse a la rebelión. Para ellos la revolución no significaba un cambio de vida, por el contrario legitimaba su vida errante y les daba oportunidad de faenar ganado sin que fuera delito.
Las incorporaciones forzadas se hacían ya iniciada la campaña para aumentar el número de combatientes. Se trataba de incorporara a todos los habitantes de la campaña, aún en contra de su voluntad, obligándolos a abandonar sus trabajos, sus campos y su familia. Muchos se ocultaban en los montes cuando se corría el rumor de que andaban partidas reclutando gente. También el gobierno usaba el sistema para aumentar el menguado ejército.
Las revoluciones de Venancio Flores (1863) y de Timoteo Aparicio (1870) fueron las de mayor entidad, estimandose que la última movilizó a más de 8000 hombres.
Finalizada la revolución, se producía la desmovilización. La situación de los jefes dependía del desenlace: si había victoria consolidaban su prestigio y aumentaban su influencia. En el caso de Flores le permitió acceder al gobierno. Si había derrota, marchaban al exilio, se escondían o eran hechos prisioneros. En muchos casos se llegaba a una transacción, un acuerdo, y se retiraban a sus estancias y no eran perseguidos.
La población rural que había participado de la lucha era desmovilizada; una parte volvía a sus pagos y a sus ocupaciones; otra, perdidos ya los hábitos de trabajo, y sin muchas posibilidades de trabajar, se dedicaba a recorrer los campos, robar ganado (los matreros) o arrimarse a algún caudillo y esperar una nueva revolución que le proporcionara “aire libre y carne gorda”.

LA BUSQUEDA DE LA COPARTICIPACIÓN
Con la victoria de la revolución de Venancio Flores en 1865, la divisa colorada llegó nuevamente al poder y con intenciones de quedarse. Los colorados floristas pasaron a ocupar los principales cargos de gobierno, mientras los principales dirigente blancos emigraron. El ascenso de la divisa colorada fue acompañado por la exaltación de aquellos hechos que se vinculaban a su tradición, como el gobierno de la Defensa y los fusilamientos de Quinteros.
En las elecciones para renovar parte de las cámaras en noviembre de 1867 predominaron los partidarios de Flores y se comenzó a hablar de la posibilidad que Flores, presidente “de facto” fuera elegido por la Asamblea General para ocupar la futura presidencia. Sin embargo Flores manifestó su interés de retirarse a la vida privada, contra lo cual se rebelaron sus propios hijos que intentaron un motín. Venancio Flores dominó el motín de sus hijos y al instalarse las nuevas cámaras, en febrero de 1868, abandonó la presidencia.
Pocos días después estalló una revolución blanca encabezada por Bernardo Berro. La rebelión fracasó pero tuvo consecuencias trágicas: Flores fue asesinado por unos desconocidos y, como represalia, Berro, que había sido detenido, también fue asesinado. A estas muertes siguieron unos quinientos asesinatos como parte de una cadena de venganzas.
La Asamblea General eligió a Lorenzo Batlle, tras fracasar los intentos para llevar a la presidencia al caudillo Gregorio “Goyo-jeta” Suarez. Batlle, que debería gobernar por el período que iba desde el 1 de marzo de 1868 al 1 de marzo de 1872, manifestó su decisión de gobernar sólo con hombres del partido colorado. A pesar de esto tuvo que enfrentar las rebeliones de algunos caudillos de esa divisa como Máximo Pérez (quien escribió una carta al presidente comunicándole que estaba dispuesto a “derrocarle a balazos” si no designaba como Jefe Político de Soriano a alguien de su confianza) y Francisco Caraballo. Esta última rebelión , además de las posibles causas políticas, estaba vinculada a la crisis económica que se conoce como “crisis del 68".
Mientras tanto, los blancos, alejados del poder, se habían preparado para una revolución.

La revolución de las lanzas.- El 5 de marzo de 1870 el caudillo blanco Timoteo Aparicio cruzó el Río Uruguay al frente de un grupo de revolucionarios iniciando la llamada “revolución de las lanzas”. Su objetivo era sacar a los blancos del segundo plano al que los había relegado el gobierno colorado. Se pensaba obtener el poder si la revolución triunfaba u obligar al gobierno a un acuerdo que permitiera la coparticipación.
De acuerdo a lo que establecía la constitución de 1830 (creada antes del surgimiento de las divisas), todos los cargos elegibles en las elecciones correspondían a la mayoría y la minoría no tenía representación. Por lo tanto todos los cargos iban sólo para una divisa. Además como el presidente era quien designaba a los Jefes Políticos de cada departamento, estos eran, por lo general de la misma divisa que el presidente. Y no hay que olvidar que los Jefes Políticos tenían entre sus funciones la de controlar los actos electorales. El “peso” de los jefes políticos en los resultados de las elecciones se hacía sentir. La policía, que dependía de él en cada departamento, era la que se encargaba de verificar quienes podían votar y quienes no y no faltaba oportunidad en que impidiera votar a personas que estaban facultadas para hacerlo, sosteniendo que eran analfabetos o vagos. También se detenía en el día de las elecciones a quienes se sabía que votaban por la otra divisa y así se les impedía votar.
La coparticipación daría la posibilidad de que los integrantes del partido minoritario también ocuparan cargos y pudieran controlar lo que hacía el partido mayoritario que tenía al gobierno en sus manos.
La revolución de Timoteo Aparicio provocó un reagrupamiento político. Los colorados, divididos en principistas y caudillistas, se unieron para enfrentar a los revolucionarios. Y algo similar pasó entre los blancos, porque el sector principista o doctoral, apoyó la revolución a pesar de sus discrepancias con los caudillos.
Como novedad, en esta revolución por primera vez la oposición presentó a la opinión público un esbozo de programa político. Las fuerzas de Aparicio marcharon por toda la campaña con una imprenta que permitió a Francisco Lavandeira y Agustín de Vedia publicar y difundir encendidas proclamas reclamando el respeto a la constitución, el derecho a la representación de la minoría y las garantías del sufragio.
La revolución duró dos años, no hubo éxitos decisivos para ninguno de los dos bandos aunque los rebeldes llegaron a apoderarse de la fortaleza del cerro de Montevideo y a poner sitio a la ciudad por un mes. Junto con los acciones militares se desarrollaron gestiones para obtener la pacificación pero no fructificaron durante la presidencia de Lorenzo Batlle. Este terminó su mandato y, como por la situación de guerra no se habían hechos las elecciones para renovar las cámaras, no se eligió presidente, y el 1 de marzo de 1872 asumió ese cargo el presidente del senado, Tomás ºGomenSoro. Este llegó a un acuerdo con los revolucionarios en abril de 1872.
La “paz de abril” establecía que no se tomarían medidas contra los rebeldes, estos se someterían a la autoridad y se licenciaría al ejercito revolucionario. Pero lo más importante no estaba escrito, sino que fue un acuerdo verbal: el presidente se comprometía a entregar a los blancos cuatro jefaturas políticas; al designar a los jefes políticos de cada departamento, en los departamentos de San José, Canelones, Florida y Cerro Largo, el presidente nombrarían autoridades blancas. En las condiciones en que se realizaban las elecciones, dada la falta de garantías antes mencionadas, era una forma de asegurarle a los blancos el triunfo en esos departamentos. Por lo tanto, cuando en esos departamentos se eligieran senadores y diputados, ganarían los blancos y se asegurarían por lo menos una minoría en la Asamblea General. Era una forma de obtener la coparticipación, aunque la forma en que se lograba era al margen de la constitución y reconociendo la existencia del fraude electoral.

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